Auria Palmeiro, Aurita, todavía confecciona a su edad los complejos y elaborados gorros y sombreros del Entroido de Cobres, una tradición que se remonta al siglo XVIII
El Entroido de Cobres no es un carnaval más. Es ‘el carnaval’ y es diferente. Único. Ningún otro va a cara descubierta. Pero si hay que ensalzar algo, son sus trajes. Lejos de tratarse de ser fruto de la imaginación, estas piezas son joyas únicas tuneadas al gusto de cada galán, en el caso de los hombres, o de cada madame, si se trata de mujeres. Compuesto por el pectoral, la falda, el mandil, el cinturón, la camisa o las pañoletas, la estrella es el gorro. Está elaborado a base de flores, collares de perlas y plumas, todas ellas enlazadas entre sí con sentido, a mano y bajo la religión de la experiencia que aporta conocer el Entroido desde dentro.
Es el caso de Auria Palmeiro Fernández, Aurita como la llaman sus cercanos, que a sus 92 años continúa confeccionando este tipo de gorros. Una labor que comenzó a los 25 y que sigue desempeñando con la misma pasión. Es la vecina más longeva de las tres del municipio que trabajan este tipo de gorros de Entroido. Las otras dos superan los 60. Cada una tiene su estilo característico, pero todas mantienen las bases de una tradición que data del siglo XVIII y que tras convertirse en Fiesta de Interés Turístico, afronta este 2025 su candidatura al distintivo nacional.
Sara Gómez es una joven madama que ansía cada año a que llegue el momento de bailar por los barrios del municipio que le vio crecer ataviada con su traje. Para ella, con un “valor sentimental incalculable”. El primero se lo prestaron, después logró el suyo. Nos cuenta que ninguno es igual otro, ni siquiera de un año para el siguiente se mantiene el color y el decorado. Guardan varios conjuntos de lazos que van cambiando. Las boas del cuello, dos habitualmente, varían el color de sus plumas para dar un toque diferente. Y sobre su cabeza, el gorro guarda como sorpresa oculta entre los pétalos de las flores un Dobby, conocido personaje de Harry Potter. A pocos centímetros le acompaña una amable sirenita de pelo rosado. Son los secretos que esconde el gorro de Sara y que Aurita aceptó incorporar con gusto.

El de Rafa Malvar, galán y pareja de baile de Sara, no tiene nada que ver. Un pavo real y una mariposa posan sobre la pajilla de su sombrero. A lo largo de su espalda cuelgan un puñado de lazos de colores con dos huellas que le añaden personalidad: el año 2015 que le recuerda cuándo comenzó a bailar y su nombre.
Si dar vida a un traje del Entroido de Cobres es trabajo laborioso, no lo es menos vestirlo y portarlo. Todos los elementos se enganchan con imperdibles, perfectamente colocados para obtener la máxima garantía de que aguantará toda la jornada. Es cuestión de paciencia y tiempo. Ponérselo requiere una media de 45 minutos y las manos de un hábil ayudante que conozca a la perfección cómo hacerlo. Lo que ocurre después, depende del galán y de la madama, pero también de algo que resulta imposible de controlar, el tiempo. Por eso, Sara, Rafa y sus 33 compañeros ya miran al cielo a la espera de que la lluvia decida no ser protagonista de este Entroido. Los trajes se estropean con el agua y deben tratar de impedirlo. “No es la primera vez que nos hemo tenido que resguardar todos en una casa y seguir bailando en el galpón”, recuerdan ahora con simpatía.