Alumnos de un taller en A Balea.

La moañesa Carlota Rivas convirtió la panadería de sus padres en centro de aprendizaje de arte y sala de exposiciones

Carlota Rivas trabajando en A Balea. Emma ovín

La moañesa Carlota Rivas puede presumir de ser una emprendedora y una motivación para muchos jóvenes que no tienen muy claro por dónde enfocar su vida profesional. Ella recorrió medio mundo y después regresó a casa para poner en marcha un proyecto innovador aprovechando que sus padres se habían jubilado y cerraron su negocio de toda la vida, una panadería en el barrio de O Real, por falta de relevo generacional. “No tenía muy claro a qué dedicarme, me gustaban demasiadas cosas”, recuerda Rivas tras dos años al frente de A Balea. Un espacio innovador en el que desde hace dos años imparte talleres, todos relacionados con el mundo del arte y la creación artesana. 

Una vuelta de tuerca a un negocio familiar en el que la harina ha quedado desterrada para dejar paso al barrio, los hilos o la pintura. Mantiene elementos de aquel horno que ya forman parte de la morriña de su vida y que le recuerdan “que yo me crié aquí”. Una pala, un horno profesional, pero también el ambiente familiar. “Algunas alumnas de las que asisten a mis talleres son nietas de las clientas de mis padres y recuerdan cómo venían a aquí a coger pan y a hacer roscones con sus abuelas”, recuerda entre risas y melancolía, con la diferencia de que “ahora vuelven pero a hacer cerámica”.

VIVIR DEL ARTE

Carlota reconoce que al principio no fue fácil y menos aún cuando hay hijos y precisas conciliar, pero con empeño todo es posible. “Estoy contentísima”, expresa mientras cree que es un sentimiento que compartido por sus padres, aunque al principio no las tuvieran todas consigo al pensar que con eso del arte no se vive. Pasadl el tiempo de rigor, admite que «no me lo dicen mucho, pero creo que les hace ilusión”.

Cuenta con una cartera con más de medio centenar de alumnos fijos, además de todos aquellos que se apuntan a los talleres extra que organiza los viernes y sábados. No solo de Moaña, ni siquiera de Bueu y de Cangas que ya son unos habituales, también cuenta con aprendices de Vigo, A Coruña e, incluso, Lugo. La experiencia le ha demostrado que el suyo no es un proyecto fácil de encontrar, que aúne arte, tradición, diversión, aprendizaje y familia. Una palabra muy importante para ella, como lo era para la panadería de sus padres y lo sigue siendo para A Balea. Por eso, hay obradoiros exclusivamente para que todos sus miembros, desde los más pequeños hasta los mayores, trabajen conjuntamente en las piezas.   

Y como cualquier artista, uno de los objetivos es que el público disfrute de las obras. Por eso, A Balea no solo es taller, sino que también funciona como galería de exposiciones. Cualquier persona, profesional o no, que quiera mostrar sus trabajos puede hacerlo de forma gratuita en este pequeño rincón del Camino de Senra que continúa tan vivo como siempre. Con otra actividad, pero con las mismas ganas e ilusión de sus predecesores.

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